Sistema político que pone el gobierno y las decisiones del Estado en manos de los técnicos, como lo propuso en 1919 el ingeniero californiano W. H. Smyth y lo reiteró el economista norteamericano Thorstein Bunde Veblen en 1921, bajo el convencimiento de que aquéllos tienen el conocimiento necesario para dirigir las modernas faenas de la producción.
La palabra significa, etimológicamente, el poder o la autoridad de la técnica. Su significación política es el gobierno de los técnicos, generalmente en materias económicas, quienes dejan de ser asesores o consultores, como es su función natural y obvia, y asumen directamente el poder político del Estado o ejercen una decisoria influencia sobre él.
La tecnología es el conocimiento científico aplicado a tareas prácticas. Este es el llamado “know how”. Los técnicos son los que saben cómo hacer ciertas cosas. Pero el ámbiro de sus conocimientos es muy restringido. En los tiempos que corremos, de creciente especialización del conocimiento, la intensidad de la información sobre un tema es inversamente proporcional a la amplitud de su enfoque.
Por tanto, la tecnocracia es una forma inconveniente de gobierno porque los técnicos o tecnólogos son personas de conocimientos circunscritos a su área de especialización. Carecen, por lo general, de una visión universal de la sociedad. La ven sectorizada y no integrada. En esas condiciones, no están en posibilidad de manejar los asuntos cimeros del Estado ni de tomar decisiones de orden general. La toma de esas decisiones, en consecuencia, debe corresponder a los hombres de Estado, a los estadistas, que están dotados de una visión universal de los problemas sociales y de la interrelación que estos guardan entre sí.
El término tecnocracia empezó a usarse en la segunda década del siglo XX pero estuvo rodeado de una total imprecisión. Era una de las nociones más ambiguas de las ciencias sociales. Pero, concomitantemente con el desarrollo industrial, cobró progresivamente significaciones más concretas. Los técnicos, planificadores, calculistas, programadores, expertos y especialistas en las diversas ramas del saber científico aplicado a las tareas de la producción ascendieron en el escalafón político y se acercaron a los espacios de decisión gubernativa o los ocuparon.
Se cumplió así la profecía del pensador francés Augusto Comte (1798-1857) —fundador de la Sociología y del positivismo— de que llegaría un momento en la sociedad industrial en que se daría la “prépondérance des directeurs” en la vida política. El concepto de tecnocracia se tornó entonces más claro. Con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la industria y de la información los técnicos se convirtieron en actores de primera línea de la sociedad que el profesor italiano Doménico Fisichella de la Universidad de Roma denominó tecnitrónica, definida por Zbigniew Brzezinski como una “sociedad cultural, psicológica, social y económicamente plasmada en el fuerte influjo de la tecnología y de la electrónica”. En ella, anteponiendo las categorías tecnológicas a las ideologías políticas, los técnicos señalan los fines sociales y definen los medios y las estrategias para alcanzarlos.
Esta es la tecnocracia.
Las dictaduras militares latinoamericanas de los años 60 del siglo anterior, de corte nasserista, incurrieron en la tecnocracia. Los oficiales confiaron las decisiones del poder a los técnicos que les rodeaban —economistas y sociólogos, principalmente— o se dejaron influir por ellos. Lo cierto es que en esa etapa hubo una escalada tecnocrática en casi toda América Latina.
En el mundo contemporáneo, marcado por la <globalización de la economía, los tecnócratas pueden no estar dentro del gobierno. Ni siquiera dentro del Estado. Están fuera. En lugares remotos, sentados detrás de las pantallas de sus computadores, al servicio de las grandes <corporaciones transnacionales, en donde toman decisiones que comprometen los destinos de lejanos países. Constituyen un poder invisible y no responsable. De sus decisiones no rinden cuentas ante un gobierno sino solamente ante los directorios de sus empresas.
Ellos son los que ejercen a control remoto algunas de las facultades que el <neoliberalismo escamotea al Estado en el diseño, planificación y administración de la ordenación productiva y del “comercio libre”.
Las decisiones administrativas de las empresas transnacionales por lo general se toman en la casa matriz ubicada en la metrópoli. Allí se planifican sus actividades de alcance planetario y se centraliza la adopción de sus resoluciones y la promoción de sus investigaciones científicas y tecnológicas. Este es uno de los factores de la desconfianza que estas empresas inspiran. Los países que forman el ámbito de sus actividades económicas tienen el fundado temor de que las decisiones tomadas en el exterior —o eventualmente dentro del país pero por extranjeros— no tengan en cuenta los intereses nacionales.
El inmenso poder de esas empresas descansa en sus administradores profesionales —en los tecnócratas extranjeros— que son quienes toman las decisiones cruciales acerca de las proyecciones de ellas en los países de la periferia.
El tema ha cobrado enorme importancia en razón de los avances de la <informática en todos los campos y, por supuesto, en el de la política. El zoon politikon de Aristóteles ha sido suplantado por el homo digitalis de la moderna sociedad de la información. El “saber hacer” las cosas en este campo es la clave del éxito —y, por tanto, del poder— de las personas en el orden interno y de los Estados en el orden internacional. La presencia de los ordenadores, la informática, la <internet, el grid software, la telemática, el ciber-espacio, la tecnología fotónica, el CD-ROM, el DVD, el HD DVD, el Blu Ray, el flash memory y los robots en la vida pública y privada ha cambiado por completo la organización social. Y no hay duda de que, dentro de ella, ha conferido un gran poder, probablemente como el que nunca tuvieron en la historia, a los tecnócratas. Ellos son los que programan, calculan y avizoran las medidas llamadas a tomar por los políticos. El poder de la tecnocracia nunca ha sido mayor que en nuestro días, en el marco de la llamada sociedad digital.